lunes, 26 de octubre de 2020

Las alas.

Los días que han transcurrido desde la última vez que tuve el valor de sentarme a describir mediante palabras qué estaba ocurriendo en mi interior, han pasado tan rápido y a la vez tan despacio que han dejado una estela en mí de lo más desconcertante. El mundo actual actual ha cambiado y yo, que estaba en un proceso todavía más cambiante, creo que he perdido la brújula de por dónde seguir. 

A veces me gusta pararme en esto de vivir en silencio, alumbrar mis recuerdos y muy lentamente adentrarme en ellos como un espectador, para poder ver y entender aquellos momentos donde una sensación que viene de algún lugar casi externo a mí, hace que cuestione mi existencia en este universo. Lo curioso es que, generalmente, esta sensación ha aparecido en los rincones más insospechados y sin previo aviso y gracias a ella, he pasado muchas horas intentando analizar la vida, las experiencias que he tenido dentro de ella y qué moraleja o aprendizaje he podido exprimir de las mismas y es absolutamente desconcertante ver que, a veces, los momentos menos destacables, son aquellos que se vienen a mi mente una y otra vez en espiral, involucrándome en un mar de recuerdos que siempre me dejan perdido en un naufragio de sentimientos que no saben ordenarse.

La mayoría de esos recuerdos, son consecuencia de acciones tomadas sin reflexionar, son consecuencias de actos que de nuevo, han sido llevados a cabo de una manera casi externa a mi cuerpo físico y a mi capacidad de razonar. Curiosamente, esos actos han sido los que más han transformado mi vida. Eludiendo completamente cualquier sentimiento de sentirme superior o especial, creo que no he tenido una vida muy común y lo que es peor, creo que nunca la tendré. Cuando empieza a ser espectador de mi pasado, me doy cuenta de la suerte que he tenido de no querer naufragar en ambientes oscuros y hostiles y la capacidad casi natural que he tenido para salir airoso de situaciones impensables.  Sin embargo, todavía hoy, no soy capaz de sentarme en silencio a escucharme y a aceptar que ese pasado, con tantas luces como sombras, ya ha pasado y no volverá. Todo lo reído y llorado desde el momento en que empecé a entender que quería ser yo, sin cadenas y cuando la vida empezó su contador, ya es sólo un recuerdo que viene a mi, de vez en cuando a visitarme, a recordarme que si hoy soy lo que soy, es porque fui quien fui.

Es curiosa esa sensación, la sensación que invade mi cuerpo. Cuando era adolescente siempre creí que era nostalgia, pero no se puede sentir nostalgia de las cosas que no hemos vivido y curiosamente, yo sentía que las quería tener. Ahora, diez años después, observo un transcurso vital de un pájaro que voló alto hacia un cielo tan inmenso... Creo que nunca estaré en paz conmigo mismo, creo que esos recuerdos no son más que un recordatorio que aviva la llamada en mi y me hace saber que hay mucho todavía por vivir, que la vida pasa y pesa si, pero también sonríe y abraza y que esa invasión personal, no es más que un recordatorio para seguir creyendo que la vida aún tiene grandes historias reservadas para mí, pero que solo las viviré estando ahí, preparado para explorar ese cielo mientras vuelo, libre y lejos, por muy adverso que parezca el tiempo y por muy intensa que sea la tormenta a mi alrededor. 


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