Enciendo un cigarrillo, me encojo y pienso
en ti. Temperatura ideal, noche cálida, estabilidad emocional y un momento
perfecto para seguir sin hacer nada salvo pensar en ti. Pensar en ti y en los
kilómetros que nos separan, bueno, que quizás sólo me separen a mí. Pero
saboreo el cigarro, miro a la Luna y una sonrisa se dibuja en mi cara cuando
pienso en tus ojos.
Nunca supe nada, nunca
nos dijimos nada y quizá eso es lo que más me quema por dentro. No saber si
podrías haber sido tú. Si hubiera podido tumbarme en tu cama y tú me mirarías
sin hablarme. Y si tú serías esa persona que conseguiría hacerme sonreír en los
momentos grises. ¿Sabes? Tampoco sé en qué estarás penando ahora, si me echarás
un poco de menos o simplemente mi ausencia te es indiferente. Nunca lo sabré,
lo único que sé es que te echo de menos. Que te echo de menos y que me gustaría
poder enviarte todas las letras que, por miedo borro. Que
quiero decirte todo aquello que callo y que
no te dije nunca directamente. Pero me conformo, me pierdo en mi mente y
me acomodo pensando que sólo serán locuras mías, que a veces los polos opuesto
no se pueden atraer. Que aquello que me encanta no es para mí, que tú tienes
otro objetivo.
Odio, odio cuando vuelvo a encontrar
sentido a canciones de amor que creía olvidadas, me enfado conmigo mismo cuando
se me pone un nudo en la garganta al recordar tu mirada, y me asusta
penar cuánto puedo llegar a echarte de menos. Pero el mundo sigue girando
y, solamente espero que si algo tiene que pasar entre nosotros, la vida me
guiñe un ojo y si ninguno nos atrevemos la gravedad atraiga nuestro labios. Si
no, siempre tendré momentos como estos para penar en mí, pensar en lo que me
tengo y me falta. Y, por suerte o por desgracia el oscuro y perfecto silencio
de la noche me susurra por ti, y en este momento de paz dónde solamente la Luna
me acompaña, no puedo ser más feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario