miércoles, 15 de noviembre de 2017

El avión.



Aquella última imagen, aunque la recuerde nítidamente, ya sólo forma parte de los recuerdos. Aquella última estela que el universo me dejó, fue sólo para afrontar el camino de aguas que venían después, el camino largo que debía recorrer de nuevo, el paisaje más fantástico que jamás podría descubrir si me decidía a precipitarme al vacío por una vez; a pesar de las despedidas, a pesar de los reproches, la llamada interna por primera vez superó todos esos miedos y todas esas ganas de desperdiciar todos aquellos sueños que poco a poco se iban apagando, se iban apagando tan rápidamente como aquella última imagen que guardaré siempre en el rincón más profundo de mi corazón.

Desde siempre, el niño adorable y soñado, la perfección más imperfecta hecha persona, sin saber el lugar, el por qué y la dirección, finalmente han llevado a la imperfección al viaje quizás más lógico en los tiempos de tormenta; en los tiempos donde sólo se puede mirar desde la lejanía ver el barco como zarpa hacia otro destino, ver como todos esos recuerdos se los lleva el viento hacia otro lugar lejano y desconocido donde todo tiene un nuevo sentido para sobrevivir. Los restos, las cenizas de aquellos recuerdos, son sólo estelas que quedan en los momentos felices y se observan en las cicatrices de la nostalgia. Una nostalgia producida no por lo que existe, si no por lo que quizás un día soñé que llegaría a existir, pero sólo el paso del tiempo determina las circunstancias y las mismas son las que me demuestran cada día la necesidad de recordarme durante unos momentos al día por qué y qué hago aquí.
La llamada interna, la necesidad absoluta de volver a buscar en mí todo aquello que estaba enterrado y difuso, a pesar de las heridas, a pesar de las impetuosas ganas de volver a una coraza que no permita paso a la luz exterior, es imprescindible e irrechazable la sensación de querer huir, de querer salir corriendo y llorar durante interminables horas hasta que la luz del Sol se apague. Escuchar la soledad del silencio, el vacío perpetuo de caer hacia un abismo donde todo se encuentre tranquilo y donde pueda reposar cinco minutos escuchando esa llamada interior. Quizás, sólo quizás estoy en ese momento: el momento de aprender que es momento de vencer mis propios miedos, esos miedos que durante tanto tiempo me han alejado de lo que de verdad vine a hacer aquí, a este pequeño y la vez gran universo que siempre me ha enseñado que no existe la casualidad si no se busca, si no se sueña cada día con paisajes fantásticos donde aunque no brille el Sol, el corazón late con tanta fuerza como las olas de aquel mar, donde lloré al darme cuenta de lo equivocado que estaba conmigo mismo en aquel paisaje tan verde tiempos atrás.

Es ese momento, el momento de volver a coger el barco, de iluminar cada segundo con aquellos momentos donde puedo escuchar esas palabras, escuchar la llamada interior que me dice que es momento de zarpar, de emprender el viaje hacia ese destino oculto donde encontraré por fin quién soy, quien siempre he querido ser; lejos de aquellos días oscuros y aquellos momentos vacíos y carentes de emoción, es momento de recordar por qué y para qué, a pesar de la marea y el viento que azota fuerte y hace las cosas más difíciles, es momento de entender que hay que aceptar que las cosas no son siempre malas cuando no son como queremos, sólo son distintas. Y ahí, en esa diferencia, se encuentra el encanto de poder seguir soñando con ese paisaje que siempre estará iluminando el corazón de todos aquellos que sueñen con estar lejos del mundo presente, lejos de los días cotidianos, lejos de la rutina: ahí, esa pequeña cueva que se escondió durante un tiempo es la que debo volver a buscar, en este viaje que ha comenzado.   
Y puede que quizás, sólo quizás, sea el momento de abrazar más fuertes que nunca los momentos que brillan dentro de mí, de amar a aquellas personas que me enseñan la dirección de este viaje y proteger con toda fiereza todos los sueños por los que siempre he querido tener tiempo y ganas, es momento de empezar el viaje y escuchar la llamada interior, es momento de volver a encender el fuego  y sobre todo, es el momento de volver a soñar aunque el frío del universo exterior intente disuadir el verdadero sentido de este viaje.

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