Parece que el día de hoy es mucho más ayer nunca. Cuando
miro desde los ojos desde hace más de diez años y descubro cuantas cosas han
cambiado y cuantas cosas todavía cambiarán. Sin querer, sin ser, sin dejar atrás
todo el aliento de aquellos años que tanto a veces extraño y tanto ignoro al
mismo tiempo, veo como mi realidad se transforma a una velocidad que apenas soy
capaz de aceptar. Veo aquellos recuerdos nublosos, casi como si fueran un
recuerdo ajeno de una persona que un día los soñó, pero forman parte de mi
historia, de esta historia que me ha tocado vivir y sentir.
Un día como tantos otros, la vida te hace conocer y querer a
personas y seres que en otros días te parten el alma cuando tienes que decirles
hasta pronto. Hasta pronto porque si algo me ha enseñado este camino y este
bagaje es que nunca decimos adiós a los sentimientos verdaderos. Esos
sentimientos se esconden en alguna parte de nuestro ser, esperados a ser
rescatados de una manera casi mística y misteriosa por el maravilloso azar. El
azar… Cuánto extraño a veces el azar a lo desconocido, a lo fiero y a la
inquietud de no saber si estoy en lo cierto.
Dicen los expertos que hoy es el día más triste del año, yo
no sé si será verdad. Lo que sí que me ha quedado claro es que hoy, 20 de Enero
de 2020, una fecha donde los 20 llaman la atención por su abundancia, yo he
vuelto a aprender una gran lección y la gran lección es que no debemos de dejar
hacer cosas por otros, no debemos dejar de querer y amar intensamente, porque
parece que fue ayer cuando te vimos por primera vez y viniste lenta y
pausadamente a encontrarte con nosotros. Parece también que fue ayer cuando el
abuelo Marcos gritó “se llamará Felisa” mientras la abuela decía por otra parte
“te dije que no quería perros, pero tiene cara de Sol, se llamará Sol” mientras
observaba un día de finales de Verano que se escapaba de mí, como ahora se
escapan estas palabras mientras las lágrimas vienen a mis ojos casi sin poder
evitarlo.
Nunca me acostumbraré a la nostalgia, a esa sensación que
invade mi pecho cuando pienso en todo aquello que dejamos atrás sin querer y
sobre todo, a la sensación de pensar que nunca el Sol brilla tanto como en esa
época donde, en aquel lugar, todo transcurría con una armonía casi delirante.
Supongo que es el trato que tenemos que hacer con el tiempo por crecer y
aprender, sobre todo para aprender. Porque para eso estamos aquí.
Felisa Sol, querida amiga del alma, gracias por enseñarme
tanto de la vida y por enseñarme de nuevo una lección en “el día más triste del
año” porque hoy será doblemente triste sabiendo que nunca más podremos
tumbarnos al Sol juntos como a nosotros nos gustaba para poder reposar en
Verano, ni podremos correr juntos y sentirnos libres sabiendo que nadie nos
juzgará. Pero desde aquí, desde esta incesante tormenta, me gustaría darte las
gracias por enseñarme lo maravilloso que es querer y por enseñarme nuevamente
que los recuerdos es aquello que permite al ser humano sobrevivir a la
tempestad, el amor del calor de los buenos recuerdos y la sensación de querer
abrazarlos para estar con todos aquellos que ya no están.
Espero que ahora mismo estés sentada junto a mi Gavilán
favorito, tu querido amigo Pocholo y que estéis riendo tan fuerte que esta
noche suenen truenos alrededor del mundo de tanta felicidad. Gracias por
hacerme tan feliz, gracias por acariciarme el alma hoy y por aquellos momentos
de paz que cada día mi cuerpo busca como símbolo de que lo mejor tiene que
estar por llegar y que siempre estaréis conmigo. Y, desde la más pura tristeza,
quiero darte aún más gracias por haberme hecho recordar esos momentos tan
fuerte que es como si los estuviese viviendo ahora mismo y por enseñarme una lección a tal día 20 del 20 que no olvidaré jamás: a vivir como tú lo hiciste, feliz, libre y sin ataduras, hasta el final.
Cuídate mucho, corre tan lejos y viva como siempre y sobre todo… ¡NO ENCUENTRES
OTRO COMPAÑERO DE SIESTAS AL SOL!
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