
Cuando me da la vena melancólica, que suele ser bastante a menudo, me pongo a silbar melodías tristes mientras repaso viejas fotos que consigan hacer desaparecer esos sentimientos en pinceladas de felicidad. Me encanta recordar, pero recordar los buenos momentos. Y no puedo evitar acordarme de mi adolescencia y de todos los momentos que pasé con estas personas que son tan especiales para mí.
Mi adolescencia, etapa de locura, pérdida y volver a encontrarme pensado que no debí irme y volver dónde nunca me fui. Encontrarme a mí, encontrarme de nuevo y en gran parte gracias a ellos.
Porque aquí, en la gran ciudad no hay París ni bocadillos de lomo que se asemejen. Ni pitillos a escondidas en lugares perdidos. Ni conversaciones sobre todo lo que el universo nos iba a deparar en un futuro. Ni cafés ahogados en humo con unas risas infinitas y ganas de vivir.
Y por supuesto tampoco estáis vosotros, que eso hace que este cielo se tiña algunas madrugadas de un tono más azul y me duele. Pero con sólo ver estas fotos puedo ver todo lo bueno de esos años, nuestros años, y eso me hace recordar que esos momentos siguen vivos y eso es lo más importante. Porque yo sé que vaya donde vaya o esté dónde esté todos los momentos que pasamos, las sonrisas y los abrazos más jóvenes me acompañarán siempre en mi camino.
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