Un día como hoy hace dos años, el día siete de Julio
me desperté. Como cada día hice todas esas cosas que suelo hacer sin ningún
sentido para matar el tiempo, recuerdo que me desperté tarde debido a mi
insomnio y seguí matando el tiempo hasta la hora de la comida, comimos entres
risas pero yo notaba que ese día algo iba a ocurrir. Después de comer,
marché hacia mi habitación y de repente sonó el teléfono, el teléfono sonó y
nunca imaginé que esa llamada iba a cambiar mi vida para siempre. Mi padre salió
corriendo de casa, yo me quedé de pie, helado y sin saber que decir mientras me
repetía a mí mismo "no puede ser, no puede ser". Tras unos minutos
que parecieron horas sonó de nuevo el teléfono y mi madre vino hacia la
habitación dónde nos encontrábamos mis hermanos y yo. "Ha llamado papá, el
abuelo Marcos ha fallecido" fueron sus palabras y mis hermanos rompieron a
llorar. Yo, nunca entenderé por qué no lo hice, me levanté de la cama y fui
hacia mi habitación dónde, con la mente en blanco mirando al techo acabé
quedándome dormido. Desperté cuando oí la puerta y ahí estaba mi padre, con una
sonrisa falsa mientras yo sentía todo el dolor que tenía dentro. En ese momento
comencé a llorar, comencé a llorar como nunca lo he hecho y mi padre propuso ir
a ver por última vez a mi abuelo, a lo cual mis hermanos se negaron y yo
accedí, no podía permitirme no darle por última vez un beso a una de las
personas que más he querido nunca.
Nos montamos en el coche y yo observaba por la ventana una ciudad feliz, la
gente paseaba por la calle riendo y todo el mundo se empezaba a preparar para
el gran partido de fútbol España-Alemania. No podía entender nada, todo pasaba
demasiado deprisa y cuando me di cuenta llegamos a nuestro destino. Bajé del
coche y mi corazón se partió en mil pedazos cuando vi a mi abuela, una de esas
personas que crees que jamás verás llorar rota de dolor, sin fuerzas. Jamás
olvidaré como me abrazó y, después me adentré en aquella habitación dónde
estaban el resto de mis seres queridos, sin decir nada caminé despacio hacia
aquel cristal, muy despacio y mirando hacia otro lado. "Vamos Ramón, me
dije" y miré por aquel cristal mientras mi mundo se derrumbaba a una
velocidad de mil kilómetros por segundo. Helado, me quedé helado y sin poder
parar de llorar cuando vi a mi abuelito, a ese hombre que tanto admiraba sin
vida. Lo miré, a pesar de que no quería, miré cada detalle de su cara para
poder recordarlo siempre. Su sonrisa, su preciosa sonrisa combinaba aquel traje
de militar que tanto quería y con el que tanto me gustaba verlo, examiné cada
milímetro de su cuerpo con mi mirada, pero sobre todo, su sonrisa. Quería
recordarla siempre, quería recordarlo siempre feliz. Pasé muchos minutos, no recuerdo cuánto de pie
mirándolo y sin poder parar de llorar, las lágrimas salían de mis ojos sin que
yo pudiera hacer nada. De repente, mi abuelita se puso a mi lado y me dijo que
si quería cenar, a lo cual accedí y, cerrando los ojos muy fuerte capturé esa
sonrisa en mi mente como si de una foto se tratara, para tener esa imagen
siempre conmigo mientras me repetía "te quiero abuelito" como si me
estuviese escuchando.
Mientras cenábamos, mi abuela débil pero luchado como siempre le pedí un
favor. Le pedí que me contara como se habían conocido, como había sido su vida
y en ese momento supe lo que era el amor entre dos personas. Mi abuela, sonreía
como si una niña de quince años se tratase contándome todas sus historias y
cuánto quería a mi abuelo y yo no pude evitar sentirme más unido que nunca a
ella, cuando acabamos de cenar me dijo algo que nunca olvidaré:
"Ramoncete, el abuelo se ha ido y lo único bueno que me queda por pensar
es todo lo bueno y bonito que he vivido con él, asique nunca dudes en encontrar
a alguien y ser tan feliz como lo fui yo con tu abuelo". Tras esas
palabras, pagamos la cena y nos dirigimos dónde estaba el resto mientras
recordábamos historias y batallitas de mi abuelo y reíamos por fuera, porque
por dentro todos llorábamos. Cuando llegó la hora de volver a casa le pedí a mi
madre que me dejara unos diez minutos antes, necesitaba volver andando para
intentar encajar todo lo que me había pasado, sin saber que nunca que iba a
sentir la peor sensación que he vivido nunca: la soledad. Cuando bajé del coche
todo el mundo estaba feliz, radiantes todos los habitantes de las calles
reían y celebraban el triunfo de España mientras yo caminaba sólo y destrozado
entre la masa de gente que reía sin cesar. Me adentré en el Parque, me senté en
un banco y lloré tanto que me dolieron hasta los ojos hasta que no pude más,
volví a casa y dormí.
Al día siguiente todo fue más o menos como un día corriente, pero yo sabía
que todo no había acabado. Por la tarde, nos reunimos todos en la Iglesia.
Nunca fui católico, es más, me considero antieclesiástico, pero sabía que a mi
abuelo he hubiese hecho ilusión verme allí junto al resto de la familia aunque
fuera en aquella horrible situación. Cuando finalizó, mi primo Pedro leyó unas
palabras, unas palabras que me destrozaron el corazón pero a la vez me hicieron
reír mientras me abrazaba a mis primos con tanta fuerza que creo que nos
hacíamos hasta daño. Y, cuando todo acabó fuimos a ese horrible sitio que
siempre odié, fuimos al Cementerio para el descanso eterno de mi abuelo. Cuando
llegamos yo intentaba no llorar, mantener la compostura para que mi padre no
estuviese triste, pero cuando vi que un trozo de mi vida, una de las personas
que más había querido y que jamás querré entraba en un trozo de pared entre las
lágrimas y la desesperación de mi familia fue algo que no pude soportar, sentí
un dolor en el pecho, quisé romper todo lo que se pusiese en mi camino del
dolor, de la rabia de saber que nunca más estaría conmigo esa persona... Y tras
ello volvimos a casa dónde el dolor estuvo latente durante meses.
De repente, comenzaron a pasar los días, las semanas, los meses...Pero por
mucho tiempo que pase, los sentimientos no se pueden borrar. Desplacé todo el
dolor intentando valorar aquellas cosas que no había valorado hasta entonces.
Porque ese día mi vida cambió, todo cambió para mí. Y, sin mucho acierto
intenté olvidar esos dos días y enterrar esos sentimientos, pero hoy es el día
en el que me dado cuenta que no podía guardarlos más, necesitaba contar todo lo
que sentí y todo lo que pasó para soltar ese dolor. Dos años ya han pasado
desde aquel día y no he parado de pensar en mi abuelo ni un segundo, no hay día
que no mire su foto y no tenga una extraña sensación de saber que está conmigo
a pesar de todo lo que ocurrió. Me da igual quién piense que estoy loco pero yo
sé que él está aquí conmigo y ríe cuando lo hago y me ayuda reír cuando lloro.
Pero aunque lo sepa, cada vez que recuerdo aquel Siete de Julio me gustaría
gritar, me gustaría gritarle al mundo que necesito que estés aquí, que necesito
que me des un beso, que necesito volver a escuchar "Ey, Gavilán" y
contarte toda mi vida, todo lo que me ha pasado desde que dejaste de estar
aquí.
Y te lo prometí, te prometí que lucharía por todos mis sueños. que estarías
orgulloso de mí y espero que estés dónde estés me estés mirando y estés
sonriendo. No lo sé, no sé dónde estarás pero sólo pido que estés sonriendo,
que seas feliz y que no nos olvides. Porque aquí jamás te olvidaremos por
muchos años que pasen, me da igual dos o cien, siempre estarás conmigo. Y sólo
te digo que te prepares, que te prepares porque cuando nos volvamos a ver te
daré el beso más grande del mundo y te prometo que te diré todas aquellas cosas
que jamás te pude decir
Tu Gavilán ahora mismo no puede parar de llorar, porque no hay palabras
para definir cuánto te echo de menos todos los días y en especial hoy, pero soy
un poco más feliz sabiendo que estás aquí, porque sé que jamás te irás de mi
lado. Sigue cuidándonos a todos y sonríe como sólo tú sabías hacer reír. Te
quiero abuelito mío, gracias por todo lo que me has enseñado y gracias por
hacerme sentir orgulloso de mi apellido y por saber que siempre estarás
conmigo. Hasta pronto abuelito mío, hasta pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario