jueves, 11 de mayo de 2017

El arrastre.

Y yo, que me creía inmune al paso del tiempo y la mediocridad, caí en sus redes. Yo que me creía etéreo, capaz de sobrepasar por la humanidad sembrando siempre gloria y alegría, he llegado a pararme frente a un espejo y no he sabido reconocer a la persona que mis ojos veían. He podido saborear la hiel de aquellos que buscan cada mañana un motivo para seguir estando aquí, he rebuscado dentro de los buenos momentos con tanta nostalgia que he llegado a desesperar por  un instante de alegría y color. He llegado taparme los ojos con la cara en la noche, con la luz apagada, sintiendo un gran vacío en el pecho, deseando que todo cambie de una vez, que todo vuelva a la normalidad y día tras día, he ido sumergiéndome en la profundidad de una sensación absorbente, agobiante, que casi provoca un desprendimiento de todo aquello que conozco.

Pero siempre hay un faro, siempre hay algo que guía a las almas perdidas hacia un puerto donde poder descansar a pasar la noche, algo que hace que siempre podamos ver la vida de una manera distinta, algo o alguien que hace que las noches frías de dolor sean un poco calurosas cuando rozas la almohada, cuando las penumbras de la noche intentan conquistarte una vez más, es ese momento donde he llegado a ver la luz, a pararme a pensar por qué todo está sucediendo. La estabilidad es aburrida y el dolor a veces es necesario para volver a encontrar el camino; levantarse cada mañana y saber que todo irá bien a veces no es más que un engaño para aquellas personas que, como yo, siempre anhelamos buscar nuevos horizontes, nuevos horizontes que se esconden en lugares remotos y que sólo son capaces de ser descubiertos cuando ya no hay motivos para seguir estando donde uno está.

La fragilidad de una roca en la orilla de la playa al sentir el arrastre del mar, una roca que puede sumergirse y quedarse dentro del océano para siempre o ser arrastrada hacia otro sitio donde brille más el Sol. Donde existan mejores vistas y donde todo sea más inseguro, pero a la vez más real y más vivo. Quizás esa es la lección más importante que la vida me ha dado, probablemente he esperado demasiado tiempo a que la marea me arrastre y es momento de aprender a sumergirme, bucear y despertar en algún nuevo sitio, donde pueda sentirme de nuevo tan vivo como aquella vez donde vi al Sol comerse el mundo.

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