Aquella última imagen, aunque la recuerde nítidamente, ya
sólo forma parte de los recuerdos. Aquella última estela que el universo me
dejó, fue sólo para afrontar el camino de aguas que venían después, el camino
largo que debía recorrer de nuevo, el paisaje más fantástico que jamás podría
descubrir si me decidía a precipitarme al vacío por una vez; a pesar de las
despedidas, a pesar de los reproches, la llamada interna por primera vez superó
todos esos miedos y todas esas ganas de desperdiciar todos aquellos sueños que
poco a poco se iban apagando, se iban apagando tan rápidamente como aquella
última imagen que guardaré siempre en el rincón más profundo de mi corazón.
Desde siempre, el niño adorable y soñado, la perfección más
imperfecta hecha persona, sin saber el lugar, el por qué y la dirección,
finalmente han llevado a la imperfección al viaje quizás más lógico en los
tiempos de tormenta; en los tiempos donde sólo se puede mirar desde la lejanía
ver el barco como zarpa hacia otro destino, ver como todos esos recuerdos se
los lleva el viento hacia otro lugar lejano y desconocido donde todo tiene un
nuevo sentido para sobrevivir. Los restos, las cenizas de aquellos recuerdos,
son sólo estelas que quedan en los momentos felices y se observan en las cicatrices
de la nostalgia. Una nostalgia producida no por lo que existe, si no por lo que
quizás un día soñé que llegaría a existir, pero sólo el paso del tiempo
determina las circunstancias y las mismas son las que me demuestran cada día la
necesidad de recordarme durante unos momentos al día por qué y qué hago aquí.
La llamada interna, la necesidad absoluta de volver a buscar
en mí todo aquello que estaba enterrado y difuso, a pesar de las heridas, a
pesar de las impetuosas ganas de volver a una coraza que no permita paso a la
luz exterior, es imprescindible e irrechazable la sensación de querer huir, de
querer salir corriendo y llorar durante interminables horas hasta que la luz
del Sol se apague. Escuchar la soledad del silencio, el vacío perpetuo de caer
hacia un abismo donde todo se encuentre tranquilo y donde pueda reposar cinco
minutos escuchando esa llamada interior. Quizás, sólo quizás estoy en ese
momento: el momento de aprender que es momento de vencer mis propios miedos,
esos miedos que durante tanto tiempo me han alejado de lo que de verdad vine a
hacer aquí, a este pequeño y la vez gran universo que siempre me ha enseñado
que no existe la casualidad si no se busca, si no se sueña cada día con
paisajes fantásticos donde aunque no brille el Sol, el corazón late con tanta
fuerza como las olas de aquel mar, donde lloré al darme cuenta de lo equivocado
que estaba conmigo mismo en aquel paisaje tan verde tiempos atrás.
Es ese momento, el momento de volver a coger el barco, de
iluminar cada segundo con aquellos momentos donde puedo escuchar esas palabras,
escuchar la llamada interior que me dice que es momento de zarpar, de emprender
el viaje hacia ese destino oculto donde encontraré por fin quién soy, quien
siempre he querido ser; lejos de aquellos días oscuros y aquellos momentos
vacíos y carentes de emoción, es momento de recordar por qué y para qué, a
pesar de la marea y el viento que azota fuerte y hace las cosas más difíciles,
es momento de entender que hay que aceptar que las cosas no son siempre malas
cuando no son como queremos, sólo son distintas. Y ahí, en esa diferencia, se
encuentra el encanto de poder seguir soñando con ese paisaje que siempre estará
iluminando el corazón de todos aquellos que sueñen con estar lejos del mundo
presente, lejos de los días cotidianos, lejos de la rutina: ahí, esa pequeña
cueva que se escondió durante un tiempo es la que debo volver a buscar, en este
viaje que ha comenzado.
Y puede que
quizás, sólo quizás, sea el momento de abrazar más fuertes que nunca los
momentos que brillan dentro de mí, de amar a aquellas personas que me enseñan
la dirección de este viaje y proteger con toda fiereza todos los sueños por los
que siempre he querido tener tiempo y ganas, es momento de empezar el viaje y
escuchar la llamada interior, es momento de volver a encender el fuego y sobre todo, es el momento de volver a soñar
aunque el frío del universo exterior intente disuadir el verdadero sentido de
este viaje.
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