Perdida en el mar entre tantas estrellas, entre tanta vida que ha pasado delante de sus ojos, encuentra finalmente en camino para seguir. Las heridas de los días, de los momentos de soledad, han dejado una huella imborrable en un cuerpo que se precipita hacia un nuevo horizonte, donde ella ha dejado de ser un planeta, donde ahora ella es el Sol. Vuelve a estar perdida, sí, pero esta vez está perdidamente loca de felicidad. Busca sin encontrar y es normal, el tiempo debe dar luz a todos aquellos días oscuros y busca dentro de su interior el tesón y la fuerza para caminar.
La miro a lo lejos, como se marcha, como ha empezado a volar y me enamoro cada día más de sus palabras, de esa mirada de felicidad que pensaba que nunca volvería a ver, y en días como hoy, me imagino lejos de todo con ella, en algún espacio infinito lejos de aquí, donde sólamente juntos podamos volver a encontrar historias perdidas con un vaso de café, donde las melodías de nuestro pasado enciendan el brillo de nuestros ojos y donde pueda reposar, durante unos minutos, en ese espacio intenso e infinito que siempre se crea cuando estamos juntos.
En la lejanía a veces, encontramos la cercanía. A veces, con tan sólo imaginar cinco minutos que podemos abrazar esos momentos, existen dentro de nosotros. Sólo hay que apagar la luz, escuchar el silencio y respirar una vez más muy hondo, para enviar un mensaje al universo. A veces lo hago, sin que tú lo sepas, cierro los ojos y te envío mi calor, cierro los ojos e imagino que tan sólo, si piensas un poco en mí, encuentras respuesta a todas esas preguntas que todavía tenemos y que poco a poco, empiezan a disuadirse entre la multitud. Porque sé que los dos miramos al cielo y seguimos pensando que el infinito no es suficiente para nosotros.
Y, a veces, dentro de mí, vuelve a surgir esa canción...
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