La ciudad parece más calmada que
nunca y dentro, los sentimientos que me afloran la piel me queman cada poro de
la piel. Naufrago en esta ciudad llena de carteles rojos, canales que me reconfortan
la visión y dentro de mí, siento una sensación de caída inevitable que consigue hacerme sentir de
nuevo, recordando aquel que un día fui,
aquel que ya se ha ido.
La ciudad me observa con su ruido
habitual mientras siento el caminar de mis pies cansados, busco algún punto en
este escondite donde poder equilibrar el corazón y la razón y solo puedo
observar una ciudad inmensa que corre tan rápido como los recuerdos que vienen
a mi mente de manera sucesiva y frenética. Los minutos pasan tan veloces que
pierdo la conciencia del espacio y el tiempo y me acurruco este pequeño rincón
del mundo en silencio, sin querer saber más que sólo lo que está pasando en mi
interior. Las cenizas del tiempo, el ardor de los años me ha vuelto a quemar.
Lo acepto sin poner ninguna resistencia y comienzo a divagar por esos recuerdos
de esa ciudad que un día tantas sonrisas me regaló. A veces no sabemos todos
los secretos que hemos dejado en una ciudad y mucho menos que volveremos a sentir
al reabrirlos. Esos secretos, esos misterios los escondí en un rincón tan
perdido en mí que pensaba que no encontraría la llave para poder abrirlos de
nuevo y sin embargo, hoy la vida me ha enseñado que solo es necesario encontrar
unos minutos para sentir que los años solo pasan en nuestro cuerpo físico, pero
en nuestro corazón, los momentos más perfectos siempre quedan guardados en la
ciudad que los vio nacer.
Esos canales me transportan a
aquel chico que tan solo buscaba respuestas a una vida que no entendía. A una
vida que para él se escurría entre sus dedos y él intentaba apretar con fuerza
con golpes de alegría y con el corazón entregado a cada instante que le pudiese
hacer sonreír. En aquel punto de partida años atrás, donde más perdido que
nunca y sin quererlo, el camino se abrió hacia un horizonte que hasta entonces
a él le parecía absolutamente desconocido. Ese chico que hoy está sentado de
nuevo aquí. Qué valiente es el creer que todo va a salir bien y qué bonito es poder comprobar que así ha sido. Vuelvo a observar esa ciudad
mientras siento el frío en mi piel y en mi cuerpo, un cuerpo que quizás sea
menos joven, pero sin duda más intuitivo. Siempre pensé que los cuerpos con
historias son aquellos que sufren un deterioro en el tiempo más rápida por
consecuencia de la asimilación de recuerdos y cuantos recuerdos… Si pudiese
contar a aquel chico cuatro años atrás todo lo que le esperaba, estoy seguro
que no hubiese levantado su cabeza del vaso de cerveza para prestarme atención
y sin embargo, no olvidaré nunca mis ojos perdidos en aquellos canales y como
mi imaginación comenzó a volar sobre cómo sería vivir en esa ciudad que tanta
vida y tantos buenos recuerdos le había regalado.
Con mi cabeza deambulando en
recuerdos, comienzo a sentir como una lágrima nace de mis ojos y recorre un
camino por mi mejilla que me estremece el cuerpo al sentir la diferencia de
temperatura de la misma, haciéndome sentir tan vivo que mi corazón da un vuelco
y cada célula de mi cuerpo comienza a despertar de nuevo, haciéndome sentir tan
vivo y tan real como todas las vivencias que me han hecho estar en este sitio
del mundo donde encierro de nuevo un cajón de secretos con todos estos
recuerdos y donde vuelvo a recordarme una vez a mí mismo que todavía tengo
tantos amaneceres por sentir, a pesar de las quemaduras, como secretos guarda
esta ciudad en cada uno de sus rincones.
Y no sabes, no te imaginas,
cuanto me gustaría que estuvieses aquí…
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