viernes, 12 de abril de 2019

Los secretos.


La ciudad parece más calmada que nunca y dentro, los sentimientos que me afloran la piel me queman cada poro de la piel. Naufrago en esta ciudad llena de carteles rojos, canales que me reconfortan la visión y dentro de mí, siento una sensación de caída  inevitable que consigue hacerme sentir de nuevo,  recordando aquel que un día fui, aquel que ya se ha ido.
La ciudad me observa con su ruido habitual mientras siento el caminar de mis pies cansados, busco algún punto en este escondite donde poder equilibrar el corazón y la razón y solo puedo observar una ciudad inmensa que corre tan rápido como los recuerdos que vienen a mi mente de manera sucesiva y frenética. Los minutos pasan tan veloces que pierdo la conciencia del espacio y el tiempo y me acurruco este pequeño rincón del mundo en silencio, sin querer saber más que sólo lo que está pasando en mi interior. Las cenizas del tiempo, el ardor de los años me ha vuelto a quemar. Lo acepto sin poner ninguna resistencia y comienzo a divagar por esos recuerdos de esa ciudad que un día tantas sonrisas me regaló. A veces no sabemos todos los secretos que hemos dejado en una ciudad y mucho menos que volveremos a sentir al reabrirlos. Esos secretos, esos misterios los escondí en un rincón tan perdido en mí que pensaba que no encontraría la llave para poder abrirlos de nuevo y sin embargo, hoy la vida me ha enseñado que solo es necesario encontrar unos minutos para sentir que los años solo pasan en nuestro cuerpo físico, pero en nuestro corazón, los momentos más perfectos siempre quedan guardados en la ciudad que los vio nacer.

Esos canales me transportan a aquel chico que tan solo buscaba respuestas a una vida que no entendía. A una vida que para él se escurría entre sus dedos y él intentaba apretar con fuerza con golpes de alegría y con el corazón entregado a cada instante que le pudiese hacer sonreír. En aquel punto de partida años atrás, donde más perdido que nunca y sin quererlo, el camino se abrió hacia un horizonte que hasta entonces a él le parecía absolutamente desconocido. Ese chico que hoy está sentado de nuevo aquí. Qué valiente es el creer que todo va a salir bien y qué bonito es poder comprobar que así ha sido. Vuelvo a observar esa ciudad mientras siento el frío en mi piel y en mi cuerpo, un cuerpo que quizás sea menos joven, pero sin duda más intuitivo. Siempre pensé que los cuerpos con historias son aquellos que sufren un deterioro en el tiempo más rápida por consecuencia de la asimilación de recuerdos y cuantos recuerdos… Si pudiese contar a aquel chico cuatro años atrás todo lo que le esperaba, estoy seguro que no hubiese levantado su cabeza del vaso de cerveza para prestarme atención y sin embargo, no olvidaré nunca mis ojos perdidos en aquellos canales y como mi imaginación comenzó a volar sobre cómo sería vivir en esa ciudad que tanta vida y tantos buenos recuerdos le había regalado.

Con mi cabeza deambulando en recuerdos, comienzo a sentir como una lágrima nace de mis ojos y recorre un camino por mi mejilla que me estremece el cuerpo al sentir la diferencia de temperatura de la misma, haciéndome sentir tan vivo que mi corazón da un vuelco y cada célula de mi cuerpo comienza a despertar de nuevo, haciéndome sentir tan vivo y tan real como todas las vivencias que me han hecho estar en este sitio del mundo donde encierro de nuevo un cajón de secretos con todos estos recuerdos y donde vuelvo a recordarme una vez a mí mismo que todavía tengo tantos amaneceres por sentir, a pesar de las quemaduras, como secretos guarda esta ciudad en cada uno de sus rincones.

Y no sabes, no te imaginas, cuanto me gustaría que estuvieses aquí…

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Amélie no tenia un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres... Hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Crema Catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.

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