Siempre odié huir de los problemas. Pero dispuestos a confesar tengo que admitir que llegué a la gran ciudad intentando olvidar ciertas cosas de mi pasado, intenté correr lo más lejos para evitar pensar en tí. Craso error debo reconocer. Los recuerdos siempre vuelven y suelen hacerlo en el momento más inoportuno.
Hace un año, más o menos estaba disfrutando de la vida, sonriendo como si nada hubiese pasado y de repente, cuando menos lo esperaba te volví a encontrar. Estabas ahí mirándome con esos ojos dónde me encantaba perderme y mi cuerpo comenzó a temblar, las piernas me temblaban como si en cualquier momento se fuesen a romper pero no podía dejar de mirarte. Y nos volvimos a besar, volvimos a recordar todo lo que ya habíamos recordado y volvimos a intentar algo que estaba perdido y aunque duela, algunas batallas perdidas predicen el final de la guerra. La guerra no acabó, comenzó.
Entonces comenzaron las malas palabras y el odiarnos. Aunque he de reconocer que nunca te odié. Al contrario, siempre te hubiese regalado todo de mí en el momento en el que tú me lo hubieses pedido. Y aunque jamás entendí por qué erróneamente intentaba echarte de mí, lo cierto es que lo intenté tantas veces que desistí. Desistí hasta darme cuenta de que es al contrario, las cosas buenas quedan grabadas en la memoria y no porque yo intente expulsarlas a golpes se van, al contrario, se quedan y envenenan. Hasta un día en el que me di cuenta con un café en la mano que nada es lo suficientemente importante como para llorar casi a diario.
Me enseñaste mil cosas y desde aquí hoy te lo agradezco. Te agradezco que me enseñases lo que es querer a alguien hasta el punto de rabiar de dolor, porque creo que nunca más volveré a sentir algo así y sobre todo te agradezco que me enseñases que a veces las historias más bonitas no están en las películas, si no bajo las sábanas de cualquier habitación, mientras suena una canción y se van apagando las luces.
martes, 4 de octubre de 2011
Olvidar es extraño.
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