viernes, 27 de diciembre de 2013

La gran lección.

A veces la vida juega con nosotros y nos deja tirados en la situación que menos nos gustaría vivir, que menos nos gustaría sentir. Hace que se nos nuble la vista y nos quedemos mirando al cielo buscando motivos para seguir mientras sentimos como poco a poco nos quedamos sin respiración, sin aliento. Es como morir, como morir por dentro. Intentamos comenzar de nuevo, buscar aquellos motivos que puedan hacerte volver a sentir y no encuentras aquello que hace tiempo te hizo sonreír, te hizo ser quién tú eras.

Entonces, nos quedamos parados y perdidos sin saber muy bien donde ir. Intentas buscar un gps que nos lleve a algún destino, a algún sitio que te haga sentir y olvidar esa pesadez que sientes dentro y que nos permita recobrar la respiración, pero no los encontramos y cada vez nos sentimos más perdidos, más dentro de nosotros y con menos ganas de saber qué pasará mañana. Sin darnos cuenta empiezan a pasar los días, incluso las semanas mientras recuerdamos todos los mejores momentos que vimos e y no vemos que podamos revivirlos. Eso nos deprime aún más, nos te hace sentirte débiles e indefensos antes un entorno que ríe sin remedio y nos hace sentir cada vez más pequeños, más insignificantes. Pero llega ese día, ese día en el que nos llenamos de valor y hacemos hueco a  aquellas cosas que nunca creíste que serías capaz de hacer: como recobrar una amistad que creías perdida o dar la oportunidad de ese café a quién nunca pensamos que podría hacernos sonreír tanto. Empezamos a verlo todos más claro, a ver la luz al final del túnel. Ese largo y oscuro túnel que parecía no tener final cada vez está más claro y sentimos como todo va más deprisa mientras la respiración vuelve a la normalidad. 

Aprendemos a respirar a la velocidad de la vida, aprendemos, incluso, a tomarnos la gran satisfacción de mirar por la ventana a observar el paisaje y sonreír sin saber muy bien por qué, pero lo más importante es que volvemos a sentirnos vivos, que volvemos a empezar los días con ganas de ser aquello que siempre quisimos ser. Nuestros errores nos condenan, nos esclavizan. A veces es muy difícil llegar a reparar algo que se rompió, pero no podemos torturarnos toda la vida. Lo importante es saber pedir perdón, interiorizar los daños y ser conscientes de aquello que nunca queremos perder. Ser conscientes de aquello que es posible salvar, de aquello que aún no está perdido y hacer todo lo que esté en nuestro mano para salvar aquello que no está totalmente dañado y prevenir cometer el error para no volver a sentir nuestra respiración entrecortada. Por ello, quizás la vida nos haga morir por dentro a veces para recordarnos lo maravilloso que es vivir y recordarnos que no podemos bajar la guardia: que debemos estar atentos para soportar el cambio, la evolución. La evolución de una vida que cada vez es más rápida, que cada vez nos hace plantearnos nuevos retos, nuevas relaciones, nuevas cosas que aprender... Sin olvidar todo lo que hemos vivido, siendo consientes de aquello que siempre quisimos, de aquellos que siempre nos quisieron. 


Con voluntad, con entrega, conseguimos reparar algunos errores, algunos daños y siempre debemos recordar aquellos que no pudimos reparar para tenerlos presentes. Porque al fin y al cabo para eso estamos aquí: para aprender. Para saber qué es lo importante y para saber valorar por qué algunos daños no se pueden reparar, porque esos daños nos dan una lección. Una lección que nos cuesta aprender, nos cuesta interiorizar, pero con esfuerzo y con trabajo la acabamos asimilando, haciéndola nuestra. Grabándola en nuestro corazón y nuestra mente y permitiéndonos usarla cuando sintamos que la situación lo merece, para saber solucionar el problema y quizás por ello debemos morir por dentro y saber volver a nacer con esa lección para madurar, para recobrar la respiración, las ganas de soñar y lo más importante: para seguir aprendiendo a vivir.

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