Llega un momento en la vida en el que apagas la luz, te tumbas en la cama y piensas en todo aquello que te rodea. Piensas en aquellas cosas que han pasado durante tu día, un día no especialmente normal ni mucho menos, un día que seguramente no recordarás cuando te hagas más mayor... Pero es un día especial en cierto sentido. Es ese día en el que te das cuenta de esa persona. De quién es esa persona, esa persona que todos necesitamos.
Dicen los expertos que por naturaleza, el ser humano necesita ser sociable y mantener contacto social. El problema es la confianza: cuanto más mayores nos hacemos, menos queremos confiar en personas desconocidas y nuestra sociabilidad se reduce. Pero te paras a pensar en esa persona, esa maravillosa persona que con sólo saber de ella durante el día una sonrisa se dibuja en tu cara y te encantaría poder compartir el final de día con ella. Es esa persona, esa persona con la que has compartido momentos tan maravillosos que parece que todo tiene sentido cuanto estáis juntos, parece que todas las fuerzas del universo se complementan y dan lugar a un estado perfecto dónde lo importante no es dónde estés, lo importante es que estáis juntos.
Quizás por eso siempre quedan motivos para seguir manteniendo nuestra condición humana de ser sociables, quizá por ello podemos conocer a personas similares a esa persona, sólo similares, porque esa persona es incomparable, única. Sólo esa persona es capaz de hacerte sentir esa perfección del mundo, sólo esa persona es capaz de hacerte reír con una canción, sólo con esa persona pasarías el resto de tus días sentados en cualquier lugar, sin hablar, disfrutando de lo perfecto que es compartir momentos de silencio sintiendo la estabilidad perfecta de este mundo que tanto daño hace a veces.
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