A veces me llegar a asustar el poder que las
fotografías pueden tener en nosotros. Siempre me gustó ver reflejados momentos
en papel, poder tocarlos y observarlos para poder cerrar los ojos e intentar
recordar exactamente lo que sucedió, recordar exactamente como eran el color de
lo que llevaba puesto, cual era la temperatura ambiente, la colonia que usaba y
tantas cosas que son difíciles de recordar con sólo cerrar los ojos.
Cada cierto tiempo, me gusta concentrarme en esos
recuerdos originados por esos instantes reflejados en papel. Me gusta hacerlo
sólo y en silencio, mirando cada detalle de aquellos momentos. Entonces llega
ese momento maravilloso en el que el mundo deja de existir, ese maravilloso
momento donde entre lágrimas, aparece una sonrisa que me recuerda quien soy.
Miro aquellas fotos y quiero revivir esos momentos una y otra vez, me
gustaría poder tenerlos. Me encantaría volver a sentir el Sol en mi piel como
en aquellos veranos, me encantaría poder disfrutar de descubrir, descubrir
despacio y con impaciencia qué es la vida y qué me va a deparar el futuro.
Guardar esos momentos en mi mente para poder recordarlos e imaginarlos siempre,
como cuando imaginaba que cualquier día Peter Pan vendría por mi ventana y
volaríamos hasta Nunca Jamás, o cuando cerraba los ojos muy fuerte y abría de
una manera muy dulce uno, con un gran disimulo, para comprobar si los muñecos
cobraban vida y se ponían a hablar.
Ahora, han pasado los años, han pasado muchos años y
la piel se me pone de gallina cada vez que recuerdo la facilidad de impresión
que podía tener, la capacidad de imaginar un cuento maravilloso de cualquier
situación familiar, pero quizás, de todo ello, lo que más me quema es haber
perdido la ilusión acerca del amor. Normalizar y tener olvidada aquella
maravillosa palabra que siempre me hacía soñar con esa persona que iba a
transformar mi mundo, aquella persona que conseguiría romperme en dos con la
misma facilidad de coserme. Pero sobre todo, echo de menos echar de menos esa
sensación. Echar de menos que falta alguien a mi lado que, independientemente
de mi maravillosa soledad, comparta conmigo sonrisas y pueda estar a la altura
de lo que es perder la cabeza por un loco como yo. Incluso estoy
empezando a pensar que este texto es sólo una imagen de aquella parte de mi
interior que está cansada de noches de un sólo día, de amores caducados o con
fecha de caducidad, pero sobre todo, que necesita urgentemente recordarme a mí
mismo aquellos sueños y aquellas imágenes que siempre quise vivir.
Quizás ya es demasiado tarde porque ya no es ni un
día, no me había dado cuenta de que ya anochecido...
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