Me he quedado mirando la pared durante horas, durante varias horas y sin ningún ruido fuera. Todo el ruido estaba dentro de mí; dentro de estas cuatro paredes corporales que componen un extraño ser que últimamente se encuentra agusto entre las sombras. Agusto creo que no es la palabra, creo que la palabra concreta es acomodado. Acomodado dentro de un mundo terriblemente hipócrita que por fin ha sido descubierto después de tantos años.
Mi núcleo central, esta habitación y esta caja de tabaco que poco a poco se van agotando mientras el cenicero cada día queda más lleno... Más y más lleno. Esto me lleva a pensar que quizás la vida es un poco así, unos van llegando para darnos aquello que necesitamos, se transforman y se convierten en algo que nos motivó, nos produjo ganas y posteriormente se convirtió en restos. Restos que son iguales que el resto, que no se destacan y crean junto al resto del resto un conjunto extrañamente indiferente y terrible de observar. Aparto la vista y pienso "resto de los restos". Alguien una vez me dijo que me querría más que al resto y nunca lo dudé y a pesar de ello acabé siendo como esas horribles y terribles colillas inservibles que quizá solo sirvan para molestar, o para recordarnos que tenemos que dejar los malos hábitos: las colillas pueden recordarnos que tenemos que dejar de fumar, las colillas humanas deben recordarnos que tenemos que dejar a las personas inadecuadas.
Por terrible y horrible que parezca, puede que mi manera y mi frágil manera de naufragar en esta vida en este pequeño espacio de cuerpo y mente que se muestra impasible ante ciertas motivaciones ajenas que posiblemente antes fueran todo un deleite y un estallido emocional incomprensible. Lo bonito es seguir sintiendo el ruido interno a pesar de todo; porque sentir ruido es saber que sigo estando vivo y que sigo teniendo la necesidad de buscar un estado de paz o mejor aún: un estado de mayor ruido donde destrozar las noches tranquilas, los momentos de silencio, la locura que siempre afloró en mi piel y que el paso del tiempo ha ido matando.
Matar, matar tantas cosas que me hagan incompresible. Siempre he sido incomprensible incluso para mí mismo; perdido y abandonado, frágil y extremadamente fuerte a la vez, soñador y derrotado, amante y desamado, enamorado de todo y de nada. Completamente absurdo, enamorado de aquellos instantes que provocan ruido y hacen daño; un ruido que lentamente va desapareciendo mientras esta pared me mira, inmóvil e impasible, mientras escribo este texto que jamás será aclamado ni admirado, pero sí será personal, absurdo y terriblemente extremo, como su propio y mismo dueño.
"He recibido una llamada a las tantas de la mañana, ¿todo bien?".
"Te echo de menos, lo demás sin más."
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