Nunca me sentí más lejos de mí mismo que aquella noche. Paseando, volviendo inconsciente de tanto alcohol me arrastré por aquellas calles me di cuenta de lo importante que es aprender a sentirse como uno se debe sentir. Lejos de cualquier realidad, estaba completamente sólo y perdido, rodeado de gente en una ciudad que conozco a la perfección. Me sentí tan pequeño que miré al cielo buscando una respuesta, algo que me hiciese sonreír... Y cuando me di cuenta de que no podía hacerlo, sentí la necesidad de pararme a mirar al cielo y a echar de menos.
Vivimos demasiado rápido y a veces olvidamos lo importante que es echar de menos; eché de menos aquellos abrazos en las tardes de domingo, esos paseos por mi pequeña ciudad tomando un café con los de siempre, la sonrisa eterna de una familia, el sentirse querido y protegido. Y lloré, me sentí frágil como la lluvia que asomaba por las nubes... Quise tocar esa lluvia, centrarme en ellas e intentar fundirme en el espacio para intentar olvidar ese dolor; el vacío mas grande que nunca he sentido. La necesidad más impetuosa de cortar tan rápido como dieran mis pies, el problema era que no ssbía donde dirigirme.
Volví a casa, cerré los ojos y asimilé que las noches más largas son aquellas que nos permiten perdernos; reconocí algo en mi interior que creía perdido y lloré tanto que creo que de momento me quedan muchos días sin llorar, pero sobre todo, aprendí que sentirse frágil es parte de ese proceso vital de hacer mayor, cambiar y afrontar que nada será parecido, ni mucho menos similar, entra dentro de este maravilloso juego que es vivir. Afrontar las reglas, respirar profundamente y coger las riendas de un nuevo día. Porque a veces lo más humano de nosotros mismo es aquello que màs nos atormenta.
martes, 16 de junio de 2015
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