Cuando me hablan de mí siempre intento esquivar el tema. Un día cualquiera, de esos que no se marcan en el calendario ni recuerdas qué comiste, me dijeron que me definiese con tres palabras. Callé, me quedé pensativo y me di cuenta de que no podía responder. No es que no pudiese definirme con tres palabras, es que no sé definirme. "La perfección de lo imperfecto", siempre he pensado en una definición así, pero no llega a ser tampoco exacta. Lo único que sé, es que la gente de ahí fuera siempre me tachó de "raro". Un chico raro, diferente al resto, quizá sea por mi forma de sentir la vida, de tener conceptos claros que a la vez son opuesto entre sí o porque simplemente soy estúpido.
Lo único que sé, es que me he perdonado a mí mismo los errores que he cometido en el pasado. He conseguido mirarme al espejo, mirarme a los ojos a mí mismo y me he sonreído. ¿Nunca lo habéis intentado? Creo que es muy difícil hacer eso. Quedarte de pie, mirándote a los ojos y realmente mirarte, mirarte con tus ojos, no con los ojos que la gente quieren que tengas. Mirarte y sentir que eres tú, que eres la persona que siempre quisiste ser cuándo aún fantaseabas con qué querías ser de mayor.
Confieso que hace mucho tiempo, otro día cualquiera después de una época muy gris me miré en el espejo a los ojos y rompí a llorar. Rompí a llorar porque lo que estaba viendo me daba asco. Ese chico no era yo, me había convertido en lo que siempre había odiado, me había convertido en uno más. Uno de esos que no se plantean por qué vivir, simplemente viven. Yo no he sido nunca así, siempre alguna pregunta ronda mi cabeza. Siempre he querido saber, querer y conocerlo todo, no conformarme con dos copas baratas, tres cigarrillos, dos bailes y un encuentro con alguien que nunca será nada de mi vida.
Ese día mi vida cambió. Cambió como ha cambiado hace poco, ese día empezaron a llegar nuevos caminos, nuevos caminos que me llevaron a Madrid, dónde todo empezó. Pero ahora todo ha cambiado, todo se ha vuelto diferente. Los caminos se incendiaron como una hoja marchita y yo me quedé sólo. Sólo, herido y perdido. Hiciese lo que hiciese no conseguía volver a sentir ese calor en el pecho. No conseguía sonreír sin motivo, no conseguía no sentirme con desarraigo, sentirme vacío.
Pero llegó el día, el día en el que uno de los motivos dejó de ser motivos y ese día me volví a mirar al espejo, me despeiné, me eché agua en la cara y lloré. Lloré tanto que creo que aún me duelen los ojos y apreté mis dientes con tanta fuerza que después me dolían como si hubiera mordido acero. Sentí rabio, sentí dolor, sentí miedo, pero volví a sentir. Volví a sentir y eso me hizo reír. Comencé a reír mirándome al espejo, porque en ese momento, cuando volví a sentir dolor en el pecho y ardor volví a respirar. Volví a ser yo, el yo que se había perdido había vuelto, me había encontrado. Después, encendí un cigarrillo, abrí la ventana de la 227 y asomé mi cabeza mientras sentía el aire fresco de la noche en mi cara, el olor a aire de la calle. Ese día volví a ser el bailarín, el pequeño Ramón y el gavilán que había sido toda mi vida y que había dejado de ser por no confiar en mí. Por dejar de creer en los buenos motivos, en los buenos momentos. Por empeñarme en querer a quién nunca me había querido, por dejar de creer. Porque el tiempo siempre nos devuelve dónde nunca debimos dejar de estar si realmente confiamos.
Si realmente creemos en nosotros, si nos queremos un minuto cada día, si pensamos en nosotros. Si sentimos a quién siempre está aunque no pueda estar físicamente, sentir ese calor, ese calor que sólo te pueden dar los tuyos, los que quieres de verdad. Porque creo que en el amor, creo en la familia, creo en los amigos y creo en los que siempre estuvieron y estarán conmigo. Los que de verdad quieren que siempre sea yo, que sea el que siempre fui, el que nunca se contentó con lo que tiene, el que aspira a más. El chico raro amante de la nicotina, las copas, el amor verdadero, las películas extrañas y la música del mundo. Aquellos que me aceptan y me quieren tal como soy y que son la causa de que no me pierda, a ellos les doy las gracias. Gracias por permitir que vuelva a quererme, que me haya perdonado por dejar de creer, por haberme perdido por tropezar una y otra vez con la misma piedra. Y hoy, me miro en el espejo y me sonrío. No me encanto, de hecho me parezco realmente antiestético, pero me encanta ser así. Me encanta esta sensación de sentirme agusto, en paz, de confiar y querer a los de siempre, a los mejores. Y ahora, nada me va a frenar, voy a seguir jugando a vivir hasta el final con la mejor de mis sonrisas. Quizá vengan tormentas, pero sé que los nuevos caminos me traerán paz, porque ahora es mi momento, ahora vuelvo a ser yo. Porque ahora creo que en mí mismo de nuevo, y esta vez no hay tiempo en mi vida para llorar si no es de felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario