lunes, 29 de agosto de 2011
Días de nostalgia.
Cuando de repente los rayos de Sol tocan tu piel, despiertas y te sientes vacío. Buscas encontrar una satisfacción, una alegría pasajera que te haga sonreír y quitarte esa sensación que ni tú entiendes por qué la sientes. Odio los Domingos, quizá sea porque quiere decir que empieza otra semana de obligaciones y responsabilidades, pero odio aún más los Domingos de verano, porque no quieren decir nada nuevo, es un día más dónde unos aprobechan para comer con sus familiares, otros visitan a los que ya no están en lugares oxidados y otros pasan el días tumbados en la cama por haberse pasado con los excesos. Yo, por mi parte suelo hacer lo mismo que la gente normal, sólo que echo de menos todo lo que me gustaría tener y no tengo.
Y no es justo. No entiendo por qué la mayoría de Domingos me siento triste, me siento triste y nada me puede cambiar esa sensanción, da igual dónde esté o con quién, suelo estar tan triste que apenas tengo ganas de hacer nada. Quizá es porque aún no he descubierto una parte de mí, una parte de mí que le gusten y sepa cómo aprobechar los Domingos y en realidad, si lo piensas bien todo acaba mal los Domingos. Los viajes, las fiestas, los días de descanso, la estancia en casa... La mayoría de las cosas buenas acaban los domingos, pero sigo a la espera de ese Domingo especial dónde de verdad sonreír, aún me queda mucha vida y por lo que veo muchas partes en mí por descubrir. O eso espero.
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Nunca hay suficiente tiempo, nunca es suficiente...
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