Un día sin querer amaneces y te das cuenta de que todo ha acabado. Se acabaron las gafas de sol, los pantalones cortos y el estar perdido en la calle a cualquier hora del día y empiezan las responsabilidades, los momentos de incertidumbre y sobre todo empezar a echar de menos. La verdad, no puedo entender esta sensanción.
Llegan los putos momentos que tanto odio, dónde siento que no respirar con normalidad y llegan las emociones tristes. Hoy todo me mira triste. Mi habitación, estas cuatro paredes que me han visto crecer creo que si pudiesen, llorarían por compartir mi dolor. No son los momentos de explosión festiva los que más echaré de menos, todo lo contrario. Voy a echar de menos el estar tumbado en el sofá de casa sin tener que coger el maldito metro. El estar tomando un café y no tener nada especial que contar, al fín y acabo una persona que quise como a nadie siempre me decía que cuando no te cuentan nada bueno ni malo es porque todo va bien, al fín y al cabo sólo nos quejamos de lo malo. Y sobre todo echaré de menos el sentir que paseo por las calles que me han visto nacer y crecer, esta sensanción de estar en casa, mi casa, dónde me siento querido y protejido.
Creo que me voy a destemplar, de hecho creo que estoy destemplado, estoy pasando entre el momento del calor del verano y de los rayos del Sol y el invierno frío. Cuesta creer que lo bueno sea tan efímero, cuesta creer que los buenos momentos sean sólo aquellos que nos dan la felicidad en pequeñas dosis, dosis que apenas llegamos a tocar con la yema de los dedos, porque pasan rápido y sólo queda la nostalgia, la maldita nostalgia de volver a vivir lo que ya has vivido y la maldita nostalgia de saber que hay momentos que ya no se volverán a repetir.
Van a llegar los putos momentos malos sí y lo siento, pero hoy no puedo ser positivo, la nostalgia y las ganas de llorar que tengo ahora mismo creo que superan mi pensamiento positivo. Dios, cómo voy a echar de menos esta ciudad....
domingo, 18 de septiembre de 2011
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