Siempre quise volar alto. Alto y lejos para ser más exactos. Quise ver todos los rincones del mundo en el menos tiempo del mundo posible, hablar todos los idiomas existentes, probar toda la comida del mundo, cultivar otras costumbres, descubrir lugares que nunca nadie ha conocido, encontrarme a mí mismo. Y lo que nunca había sabido hasta ahora es lo diferente que es lo que uno desea en un momento y cómo sus deseos cambian con el paso de los años.
Madrid, tan bonita como grande hace un año me esperaba con los brazos abiertos y mis brazos estaban aún más abiertos para recibir todo lo que me viniese, fuese bueno o malo. Y ahora, en la misma situación un año más tarde me doy cuenta que no puedo volar tan alto como quise. El peso de mi casa me pesa demasiado y lo peor de todo es que intento no llorar en las despedidas. Pero todo se siente demasiado frío, la maleta me mira triste y mi querido Tasmania, mi perrito fiel la ronda con cara de celo, sabiendo que no me volverá a ver en un tiempo. Los demás sé que intentan aparentar que no pasa nada, que estaré bien, sé que estaré bien, pero no puedo dejar de pensar en cuánto voy a echar de menos despertarme y sentirme en casa.
Lo bueno es que creo que las alas me están creciendo, sí, creo que cada vez puedo ir volando más alto, porque creo que este sentimiento quiere decir que siempre recuerdo dónde está mi casa y eso es lo más importante, saber de dónde vienes para saber a dónde vas. Por ello, creo que antes no quería volar alto, simplemente quería planear un poco fuera de este nido que es mi casa, mi hogar y por tanto, supongo que si alas me están creciendo y si sé dónde está mi casa, este año en Madrid se hará duro, pero siempre podré volar de vuelta a casa para sentir esta sensación, para sentir este calor. Madrid, no vas a poder conmigo. ¡Allá voy!
martes, 20 de septiembre de 2011
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Nunca hay suficiente tiempo, nunca es suficiente...
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