Bailar es soñar con los pies.

Cuando me preguntan qué tipo de persona me considero, siempre digo que soy un extremista. No tengo un punto medio, me gusta vivir la vida en límites extremos aunque a veces duela, creo que es lo mejor. Soñar hasta delirar, dormir hasta que el cuerpo pida despertarse y bailar hasta que las piernas tiemblen.

El único lugar, el único momento en el que soy un completo equilibrio es encima de un escenario.

Cuando siento las luces encima de mí, la música sonando al son de mis movimientos y las ganas de expresar algo al público hace que sea perfectamente exacto, algo que me es imposible ser en mi vida diaria por mi costumbre a vivir la vida al límite.

Encima de un escenario he sido todo y he vivido todas las emociones que se pueden vivir, o casi todas. He llegado a ser un muñeco inerte que más tarde llega a cobrar vida, he sido Hades, el Dios de la guerra y tantas cosas que, incluso, he sido un chico callejero miembro de una banda urbana "Los Jets". Pero sobre todo, encima de un escenario he experimentado todas las sensaciones del universo, no sólo la felicidad, encima de un escenario me he llegado a enamorar. Me he enamorado de una canción y he tenido que expresar ese sentimiento. Por eso, quizás encima de un escenario realmente otro Ramón sea el que aparece, es raro. Una metamorfosis quizá, una metamorfosis es lo que sufro cuando estoy entre las bambalinas esperando ese momento de salir y sentir el calor del público...

Es una sensación tan increíble que nunca la podré definir, sólo puedo decir que mientras mis piernas y mi cuerpo aguante seguiré subiéndome ahí, porque sé que aún me quedan muchos más sentimientos por experimentar, mucho sentimientos que expresar al público y muchas notas musicales que sentir, mientras mi cabeza y mi cuerpo viajan a otro mundo hasta que se cierra el telón y los aplausos del público me erizan la piel.