Llega un momento en la vida en que todo se sobrepasa. La vida nos hace
crecer, nos hace ir dejando atrás esos sueños que soñábamos cuando, tras un
cuento, nos dejábamos llevar por Morfeo a nuestro propio mundo, a nuestra
propia realidad. Poco a poco y sin querer, la vida nos va haciendo de piedra y
aquella parte soñadora e idealista se convierte en un estrés ocasionado por la
rutina, de la cual a veces es posible escapar y la cual nos convierte en meras
máquinas productoras. Por eso tenemos que estar muy atentos a esos días. Esos
días dónde la vida da un giro de 360º y recuerdas quién eres y por qué estás
aquí.
Tras una época teñida de gris llegó ese día, ese gran día dónde dibujé
sentimientos con mi cuerpo acompañado de notas musicales. Ese día, un día que
nunca aparecerá en los libros de historia ni será un día recordado como un gran
acontecimiento, para mí fue un viaje al pasado dónde entendí mi presente, por
fin volví a recordar. He vuelto a recordar quién soy, por qué estoy
aquí y dónde está mi sitio. Porque los lugares no son importantes por lo que
son, son importantes por lo que nos hacen sentir. Y aquel día quedará grabado
para el resto de mi vida. Porque gracias a aquellas pequeñas cosas, como dice
el gran Serrat sí, quizás nos hacen llorar cuando nadie nos ven, pero la fuerza
que nos dan para seguir son tan grandes como el agujero en el estómago que
sentimos cuándo las recordamos.
Aquel escenario, aquella sensación y, sobre todo, aquellas personas. Nunca
lo olvidaré, en un momento sentí como si tres años no hubieran pasado, como si
siguiese allí, con diecisiete años a punto de graduarme, a punto de subir con
las maravillosas amigas que ese lugar me dio a recoger nuestra adorado diploma.
Ver a mi familia orgullosa, esta vez por mi pequeño hermano y aquellos
profesores que tanto me enseñaron y tanto me hicieron llorar en su día. Y,
sobre todo, volver y sentir ese calor. Sentir que vuelvo como alguien querido,
recordado, no hay nada como sentir ese cariño de las personas que han
significado una parte tan grande en tu vida, que te han acompañado en el camino
durante tantos años. Nunca olvidaré ese día, nunca olvidaré como lloré de
emoción cuando, al atardecer escuché las palabras "nos vamos".
Sabiendo que nunca me he ido y que nunca nos vamos de ninguna parte mientras
nos recuerden, mientras las personas recuerden quiénes somos y sonrían al
recordar lo que les hicimos sentir.
Y a ti, viejo amigo, gracias. Gracias por ser un ejemplo de humanidad y de
ser una persona admirable para mí en todos los sentidos. Gracias por ser una de
las pocas personas que me ha demostrado que, más allá de querer enseñar lo que
hay que saber, quieres enseñar lo que en esta vida se debe ser y, como nuestro
propia definición animal nos define: ser humano. Ser-humano, no es suficiente
con llenar nuestra cabeza de letras y números, lo importante es sentir. Y
gracias a ti sentí lo que llevaba mucho tiempo sin sentir y la emoción con la
que he vuelto a emprender mi rutina. Gracias de nuevo, espero que pronto leas
esto y sonrías sabiendo que siempre te admiraré y siempre podrás contar conmigo
para lo que necesites. Gracias por darme muchas de aquellas pequeñas cosas,
gracias por hacerme sentir que aquel sitio siempre será el sitio dónde si,
algún día no me encuentran, estaré.
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