A todos
nos gusta pensar que somos fuertes. Nos paramos, dejamos de pensar y
continuamos viviendo como si la vida tuviera un sentido frío y todo quedase
lejano. A todos nos gusta mirarnos en el espejo y sentir que podemos llevar
nuestra vida sin problemas, que nada nos puede parar. Y, de repente, la vida te
para. De repente la vida de pone delante de aquello que miraste pero no viste,
aquello que te hace tanto daño que te quema por dentro. Y te quedas
parado, mirando sin saber qué hacer cuando llega esa sensación. Esa sensación
que hace que el mundo se derrumbe y dejes de ser fuerte, lloras tanto que crees
que no quedarán más lágrimas, pero siempre quedan. Porque siempre quedan lágrimas para llorar de alegría, para volver a ser
tú. Porque quizás ser fuerte es precisamente saber derrumbarse en el momento en
el que lo necesitas, porque quizás nunca vuelvas a sentirte tan en paz como
cuando lloraste aquello que un día tanto te dolió. Por ello, siembra
para recoger aunque la tormenta lo haga todo pedazos. Sonríe, despiértate cada
mañana con una sonrisa y ganas de demostrarle al mundo quién eres. Fíjate en ti
mismo y critícate, busca aquellas cosas que debes mejorar y fomenta aquellas
que tienes buenas. No eches de menos a quienes no lo hacen y busca en ti
aquello que hace que tu entorno siempre esté dispuesto a hacerte sonreír. Y,
sobre todo, confía en ti mismo, confía
en que llegarás a conseguir esos sueños, confía en que la vida te dará las
oportunidades que deseas, aunque a veces el túnel sea largo. Porque siempre
habrá una nueva luz al final de ese túnel, siempre la vida te dará un nuevo
amanecer para poder cumplir esos sueños.
martes, 9 de julio de 2013
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