sábado, 20 de julio de 2013

Silencios eternos.



Qué difícil es quedarse aquí, parado y mirando. Qué difícil es mirar a través de los demás, intentar tratar de sentir lo que sienten y ser capaz de comprenderlos, de ayudarlos, de quererlos. Nos pasan tantas cosas a lo largo del día que a veces siento como si mi mente no fuera capaz de recopilar toda es información y procesarla para hacer algo coherente con toda ella. A lo largo del día millones de letras se enlazan entre sí para crear letras, esas letras unen círculos imaginarios e impulsivos entre sí para crear frases, frases que emite con mi voz en un tono relativo a las circunstancias que me rodean. Todas esas frases se relacionan entre sí y, junto a los demás, creamos conversaciones. Conversaciones que la mayoría no tienen ningún sentido, ninguna emoción directa, y aún así, las tenemos. Nunca comprendí a aquellas personas que hablan, que no paran de hablar ni un segundo, como si cada instante de su vida fuera necesario reflejarlo en palabras. Las palabras tienen demasiado importancia, y nosotros no nos damos ni cuenta. Quizás sea porque desde pequeños, desde que pisamos este universo, uno de los objetivos principales de nuestra vida es aprender a hablar, sea el idioma que sea. Y los padres suelen dar esbozos de felicidad al escuchar a sus pequeños emitir sus primeros sonidos, pero... ¿Realmente valoramos lo que tenemos? 

A veces me pregunto dónde van todas aquellas frases que nunca decimos. Aquellas que callamos por miedo o por no hacer daño a los demás. Me gustaría inventar un planeta de palabras perdidas, de frases que nunca llegaron a ser. Todo el mundo podría ir a ese mundo, a ese pequeño mundo, y recordar aquella frase que no dijo cuándo, siendo muy pequeño, guardaba al estar enamorado de esa persona de su clase. Aquellas palabras que nunca dijo teniendo delante a una persona que no podía soportar, pero por normas morales no dijo. Podría recordar aquello que siempre quiso decirle a aquella persona querida falleció... Podríamos hacer tantas cosas, tantos sentimientos podrían revivir. Me encantaría que todas las personas reviviesen esos sentimientos mediante las palabras.


Palabras, cuántas palabras hemos invertido y qué pocas realmente han sido lo suficientemente necesarias. Cuánto dolor, cuánto dolor tenemos que soportar los seres humanos cuando nos paramos delante de un mundo que gira fuera de nosotros y no sabemos muy bien qué decir, cómo explicar ese sentimiento que tanto nos pesa en nuestro pecho. Cuánto cuesta llorar y explicar todo aquello que un día tanto dolió. Pero es necesario, es necesario recordar el valor de una palabra, porque quizás el valor de las palabras lo da lo que decimos, si no el valor que representa esa palabra en lo que sentimos.

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Amélie

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Amélie no tenia un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres... Hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Crema Catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.

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