Hoy me he quedado mirando esas estantería.
Esa preciosa estantería llena de cuentos viejos, los cuales de pequeños leía
una y otra vez y cuando los acababa, cerraba los ojos con todas mis fuerzas
para que se hicieran realidad. He camino lentamente hacia la misma mientras me
daba cuenta de que la vida es contrariamente esperar lo que siempre te han
enseñado. La vida es aprender que nunca serás el deportista de élite que marca
el gol en el último segundo consiguiendo que su equipo gane el partido y que
todos te alabarán, es saber que no serás la princesa maravillosa que resucitará
como si nada con un simple beso de amor eterno, que nunca tendrás un
saltamontes como conciencia y que los juguetes no se despiertan cuando vas a
dormir. Tampoco aparecerá un hada madrina que te mandará a la fiesta con el
mejor de los trajes en una carroza hecha con una calabaza.
Yo me paro a pensar en todo lo que me han
enseñado desde pequeño. En todas esas absurdas historias de cosas imposibles
que leí y las maldigo. Sin duda, mis historia favorita eran dos: aquella de la
maravillosa chica Bella que soñaba con algo nuevo, con marcharse lejos dónde
conseguir soñar mientras leía a todas horas y todo el mundo la consideraba una
chica extraña. Aún así de ser la chica más preciosa del pueblo todo el mundo
pensaba de ella que estaba loca y la juzgaban sólo por su físico, y ella, de una
forma increíble, se enamora de una bestia, de un ser horrible a pesar de su
maldad y, gracias al amor verdadero, consigue que deje de ser un monstruo ya
que la belleza se encuentra en el interior. Y aquella en la que un chico
misterioso era capaz de llevar a los niños a un lugar perdido dónde nadie
pudiese encontrarlo, rodeado de misterio y a la vez atracción.
Ahora es cuando yo me pregunto, ¿dónde
está la belleza interior en nuestros días? Juro que llevo meses e incluso años
buscándola, intentando buscar a alguien que me juzgue como algo más que un
simple cuerpo, que sepa ver dentro de mí y sepa verse en mis ojos. Por las
noches, cuando era pequeño, soñaba con vivir aventuras con esa persona
maravillosa rodeados de grandes recuerdos y millones de kilómetros en una
caravana. Llegar hasta lo más perdido del mundo con alguna persona maravillosa
que no me soltase nunca la mano. Y hoy, desde aquí, sigo pensando que nada es
como debería ser. Prohibiría todas esas historias que nos llenan de
sentimientos que el tiempo se encarga de destruir haciéndonos llorar al saber
que nunca tendremos lo que esperamos, que nunca seremos los suficientemente
especiales para poder ser aquel cuento que siempre fuimos. Porque quizá nuestra
actualidad no está hecha para escribir cuentos, si no para olvidarlos. Porque
quizás es el momento de llegar a interiorizar en las personas para conocerlas
de verdad y así, poco a poco, conseguir inventar un Nunca Jamás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario