jueves, 8 de agosto de 2013

Había eco.

Hoy me he quedado mirando esas estantería. Esa preciosa estantería llena de cuentos viejos, los cuales de pequeños leía una y otra vez y cuando los acababa, cerraba los ojos con todas mis fuerzas para que se hicieran realidad. He camino lentamente hacia la misma mientras me daba cuenta de que la vida es contrariamente esperar lo que siempre te han enseñado. La vida es aprender que nunca serás el deportista de élite que marca el gol en el último segundo consiguiendo que su equipo gane el partido y que todos te alabarán, es saber que no serás la princesa maravillosa que resucitará como si nada con un simple beso de amor eterno, que nunca tendrás un saltamontes como conciencia y que los juguetes no se despiertan cuando vas a dormir. Tampoco aparecerá un hada madrina que te mandará a la fiesta con el mejor de los trajes en una carroza hecha con una calabaza.

Yo me paro a pensar en todo lo que me han enseñado desde pequeño. En todas esas absurdas historias de cosas imposibles que leí y las maldigo. Sin duda, mis historia favorita eran dos: aquella de la maravillosa chica Bella que soñaba con algo nuevo, con marcharse lejos dónde conseguir soñar mientras leía a todas horas y todo el mundo la consideraba una chica extraña. Aún así de ser la chica más preciosa del pueblo todo el mundo pensaba de ella que estaba loca y la juzgaban sólo por su físico, y ella, de una forma increíble, se enamora de una bestia, de un ser horrible a pesar de su maldad y, gracias al amor verdadero, consigue que deje de ser un monstruo ya que la belleza se encuentra en el interior. Y aquella en la que un chico misterioso era capaz de llevar a los niños a un lugar perdido dónde nadie pudiese encontrarlo, rodeado de misterio y a la vez atracción.


Ahora es cuando yo me pregunto, ¿dónde está la belleza interior en nuestros días? Juro que llevo meses e incluso años buscándola, intentando buscar a alguien que me juzgue como algo más que un simple cuerpo, que sepa ver dentro de mí y sepa verse en mis ojos. Por las noches, cuando era pequeño, soñaba con vivir aventuras con esa persona maravillosa rodeados de grandes recuerdos y millones de kilómetros en una caravana. Llegar hasta lo más perdido del mundo con alguna persona maravillosa que no me soltase nunca la mano. Y hoy, desde aquí, sigo pensando que nada es como debería ser. Prohibiría todas esas historias que nos llenan de sentimientos que el tiempo se encarga de destruir haciéndonos llorar al saber que nunca tendremos lo que esperamos, que nunca seremos los suficientemente especiales para poder ser aquel cuento que siempre fuimos. Porque quizá nuestra actualidad no está hecha para escribir cuentos, si no para olvidarlos. Porque quizás es el momento de llegar a interiorizar en las personas para conocerlas de verdad y así, poco a poco, conseguir inventar un Nunca Jamás.

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Amélie no tenia un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres... Hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Crema Catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.

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