jueves, 22 de mayo de 2014

El dilema de mis sueños.

Supongo que todos tenemos ese particular momento en que nos gusta desaparecer del mundo. Es posible, muy probable, que hayan existido unos meses de mi vida en los que he conocido lo que es estar muerto. Quizás la palabra muerto no significa lo más terrible que podemos entender, quizás esa palabra simbolice un estado donde, quererlo o sin querer, desaparecemos de las vidas de las personas que más queremos y sólo quedan los recuerdos, aquellos interludios danzados que llegan a nuestra mente y nos hacen sonreír sin que sepamos por qué lo estamos haciendo.

Dicen que existen épocas de la vida en que todos deseamos tener lo que nunca pudimos. Creo que es cierto. Creo que como un día dijo un gran "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca, jamás, sucedió". Todos queremos tener aquello que nos es inalcanzable, aquello que nos hace aferrarnos a nuestro ser, a lo que siempre ha estado presente y aquello que conocemos como válido. Es difícil encontrar ganas de aventura cuando apenas conocemos si es posible llegar al final, y es difícil creer en la sensación de arriesgar cuando aún no sabemos si estamos en lo correcto, si es necesario para nosotros encontrar nuevos caminos o si por el contrario es necesario para nosotros quedarnos mirando el mundo, en silencio, mientras el resto se mueve a toda velocidad a nuestro alrededor.

Nos paramos, miramos, y a veces no nos damos cuenta de lo que estamos viendo. Miramos sin ver, a ciegas, y sólo entendemos aquello que nosotros queremos. Es un paso en la evolución, en nuestro camino personal, entender que no todo lo que siempre hemos soñado está a nuestro alcance, entender que no es posible amar a quién amamos a veces, y no es correcto llorar por que lo que a veces lloramos, puesto que existen muchos más motivos para hacernos sonreír, pero tenemos esa venga invisible, transparente, que no nos permite mirar y disfrutar. Sin embargo, siento que es absolutamente necesario volver a escribir todos los sentimientos que he acumulado durante meses, durante días que han pasado delante de mí con la sensación de estar absolutamente muerto, desconcertado y perdido. Sensaciones que han aflorado en mi piel y me han hecho mirar cada amanecer, desde mi ventana, intentando imaginar los más bellos paisajes donde poder estar, donde poder huir de una realidad que caminaba fría delante de mis ojos, que atacaba la mágica noche haciendo aparecer de nuevo la rutina, las horas de estar vacío, las horas de volver a encontrar un yo en la cama mientras todos mis pensamientos quedaban sumergidos en la más profunda oscuridad.


Todos nos perdemos en el camino. Todos buscamos dentro de nosotros una sensación que nos haga salir y, sin saberlo, yo he disfrutado de aquello tan místico con lo que siempre disfruté sin saberlo: la soledad. Es bonita la soledad, saber y aprender a necesitarse a uno mismo, poder compartir con nosotros mismos sin necesidad de aparentar nada. Pero, sobre todo, es maravilloso mirarse un espejo mientras escuchas las melodías que más deseas escuchar, con la luz apagada y reconocer que es lo que necesitas, que nada puede cambiar ese momento tan perfecto donde sólo tú y tu imagen sois los protagonistas de una historia que puede ser lo más maravilloso, lo más místico y sobre todo: lo más posiblemente tú, la imagen más fiel y más completa de uno mismo, la cual es absolutamente necesaria para volver a recuperar las ganas de necesitar a otras personas, de volver a encaminar un camino de vidas paralelas, complementarias, que vinculen sentimientos que permitan recordar aquella maravillosa sensación de necesitar un abrazo, una caricia extraña, un beso apasionado o sobre todo, la sensación de necesitar compartir almohada con alguien que respire al compás de tus sueños.

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Amélie

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Amélie no tenia un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres... Hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Crema Catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.

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