¿Alguna vez has mirado el reloj y te has dado cuenta de que da igual la hora de día que sea, da exactamente igual, porque nada ni nadie te está esperando? Yo pensaba que nunca tendría un día en el que ese hecho iba a ocurrir, pero por el contrario, hoy ha sido ese triste y melancólico día en el que me he dado cuenta de que es hora de cambiar y de volver a encontrar aquellas sensaciones que he perdido sin querer, que nada es lo suficientemente necesario como para hacerme buscar de forma desesperada e insaciable una búsqueda, una llamada de atención mínima que me recuerde dónde estoy, dónde siempre he debido estar.
A veces sin saber muy bien por qué estamos en el lugar exacto donde debemos estar, aunque no lo creamos. Hace unos días volví a pisar la ciudad de los sueños al aire, la ciudad que siempre consiguió hacerme sonreír con sólo su olor, el olor del amor de la infancia, del primer beso y de los sueños que hoy se han hecho realidad. ¿Sinceramente? Nunca creí que todo ese sentimiento cambiaría, que nunca sentiría esta decepción ante una ciudad que me ha dado tanto, que me ha querido tanto.
He vuelto a mirar el reloj, no sé exactamente cuántas horas han pasado desde la última vez que lo miré. Además, he vuelto a pensar si debería estar aquí o debería huir. Creo que es momento de volver a escapar sabiendo que algunas cosas, por mucho que lo desee, nunca volverán.
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