domingo, 2 de noviembre de 2014

3, 2, 1...

Por primera vez desde hace mucho tiempo he decidido pararme delante de algo que me permita tener la posibilidad de expresar el sentimiento de vacío tan absoluto que se siente cuando, buscando lo que querías, sólo encuentras la sensación de que nada es como de verdad habías planeado. Planear a veces es fácil escogiendo el camino adecuado, sabiendo el camino que escoger para poder ir sobreseguro, para no desvariar en el intento de saber lo que realmente necesitas. El problema es cuando intentas buscar el camino y cada vez está más enredado, sin salida. No encuentras la salida y empiezas a querer encontrarla desesperadamente.

En ese punto, comencé a correr. Comencé a correr desesperadamente sin saber dónde me dirigía, dónde podría encontrar un sitio donde sentirme seguro, donde sentirme en paz. Poder mirar al cielo sabiendo que ese cielo me mirará con buenos ojos. Descarté cualquier emoción que pudiese cortarme, que pudiese cortar esa libertad de correr, hacia ninguna parte, no quería saber dónde iba, no quería saber nada de lo que me había hecho ir hasta aquel camino enredado, pero tampoco quería volver al principio. Quería coger atajos, atajos que parecían el camino rápido a la felicidad, atajos que me permitiesen llegar más rápido, experimentar de forma sencilla y frágil las sonrisas efímeras que poco a poco fui encontrando en esos caminos, pero como siempre, hay caminos que contienen trampas que se escapan de nuestra imaginación; trampas que son capaces de hundirnos hasta el subsuelo y llegar a dejar sin respiración en apenas unos segundos. 

Entonces es cuando, después de caer en una trampa casi mortal, desperté una mañana por el Sol arrastrándome por las sábanas de mi cama buscando una forma de apartar de mí ese maldito malestar, para quitarme de encima ese olor, esa sensación de estar al borde del abismo. Me incorporé, sentí el frío suelo y caminé hacia la silla dónde entre tantos objetos desmantelados se encontraba la toalla que me permitiría abrir la luz del camino. Sin saberlo, empezaba a llegar al punto de partida. Caminé hacia la ducha intentado quitar esa horrible sensación mientras frotaba mi cuerpo con aquella agua caliente que conseguía devolverme a mi temperatura. Volví a aquella habitación y llegó el momento de la luz. Despacio, giré mi cabeza hacia el espejo para intentar sacar partido a lo poco que quedaba de mí y vi algo que nunca olvidaré: una persona en el espejo que no era yo. Una persona que había caído en la trampa, que había olvidado quién era.

Me miré durante minutos que parecieron horas sin poder parar de observar cada milímetro de mi cuerpo, analizando las heridas mortales de aquella trampa. Arremetí contra quién había sido por querer huir, por querer ser otro. Lo peor es que sólo había conseguido ser la sombra de la persona que, mejor o peor, había sido. Y fue terrible comprobar el impacto: volví a correr. Recorrí las calles a todas velocidad intentando escuchar alguna canción que me arrimase al cariño, que encendiese en mi pecho la llama del cariño y me hiciese sonreír. Sólo encontraba sentimientos de tristeza, desesperación mientras todo iba deprisa, a velocidad de la luz, a tantos kilómetros por segundo que creí que iba a vomitar. Comencé a correr, primero despacio, luego rápido, cada vez más rápido, corrí tanto que acabé quedándome sin respiración, en medio de la nada, quité la música, necesitaba escuchar el silencio, el vacío y mirar al cielo. Vi lo que no quería: vi al cielo llorar; todo había acabado. Era el momento de dejar de buscar nuevos caminos, era el momento de querer buscar el principio, era el momento de quedarme quieto: quieto y observador. Olvidar, aprender a olvidar lo que tanto dolió y aún me duele y aprender que nunca conseguiré algunos objetivos; era el camino del dolor, ese era mi camino. 

Ese es mi camino, actual. A veces perdemos demasiado tiempo intentando imaginar que los tiempos son perfectos y que no merecemos lo que nos pasa y a veces es justamente lo que necesitamos: que nos pase. Que nos duela el pecho por las mañanas y saber que no estará quién necesitas para escucharte, saber que las noches son preciosas pero las resacas son horribles y no curan, que lo que cura es quererse, lo que cura es aceptar que somos nosotros. Que no hay nada más puramente doloroso que no quererse, que no identificarse con la persona que vemos en un espejo, que no somos el reflejo de lo que sentimos. Y que sentir no es malo, no es malo ser sensible en un mundo de imágenes, en un mundo donde hemos olvidado el valor de una sonrisa, el valor de un beso. Y quién está contigo hoy, es la persona que merece compartir tus sonrisas, quién no lo está ya perdió el tren. 
 Y no hay más,  porque somos nosotros mismos. Porque mismamente nosotros somos capaces de conseguir conquistar los mayores caminos, sin atajos, sin trampas, aunque a veces sea el momento de parar a descansar, de respirar. Sólo tenemos que contar hasta tres, cerrar los ojos y sentir la Tierra girar sabiendo que hay personas que te miran aunque no te vean, que te sienten aunque no lo sientas, que te ayudan aunque no lo pretendan. 


Por eso, hoy es el día en el que mi cielo comienza a llorar, pero todavía quedan millones de caminos maravillosos para conseguir hacer brillar el arco iris.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nunca hay suficiente tiempo, nunca es suficiente...

¿Te perderías en algún lugar conmigo?

¿Te perderías en algún lugar conmigo?
Pues date prisa en decidirlo o búscame,porque quizá si lo decides demasiado tarde ya estaré tan lejos de aquí que la nostalgia ya estará curtiendo mis heridas...

Amélie

Amélie
Amélie no tenia un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres... Hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Crema Catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.

"je vais faire l'amour avec toi"...

Más soñadores.