¿Y ahora qué hago yo con todo esto? No paro de mirar dentro de los rincones de esta habitación y en todos estás tú. En cada cada instante del día he pensado en esa sensación de echarte de menos que intento evitar por todos los motivos del mundo. No quiero y me niego a sentir que te echo de menos, porque sé que tú estás en la otra esfera, en la esfera de no saber donde se para el mundo. Cuando te miré por última vez, aquí donde ahora mismo escribo estas frías palabras, sentí el dolor de saber que aquello que compartimos fue sólo una noche de intentar rescatar algo que se ha escapado; no entiendo muy bien por qué, pero se ha escapado.
Acabo de recordar el mar, de recordar mi mirada perdida en ese paisaje silencioso donde viniste a mi mente por última vez, a pesar de no saber ni donde estabas. Podías estar unos metros más lejos o en el Polo Norte, pero en ese momento te sentí conmigo. Te sentí tan cerca que aún recuerdo la emoción de recordar aquellos besos y aquellas promesas que fueron desapareciendo y que fueron dando pasos a vulgares mensajes donde el contenido era tan ridículo que no tenían explicación. Supongo que en el fondo los dos fuimos siempre absurdos, absurdos y perdidos. Pero te prometo que nunca sentí más frío que cuando te despedí, cuando volví a recoger esa camiseta que cubrió tu cuerpo mientras soñábamos en el mismo lugar, aunque aún siento que tú dormías conmigo sin saber que mi único suelo era multiplicar ese momento. Multiplicarlos tantas veces que como hiciera falta, multiplicarlo hasta el infinito.
Lo que más me hiere de todo esto es saber que viviremos así. Echándonos de menos y con la frente alta, con ese tira y afloja absurdo que el mundo se empeña en enseñar. Y yo ya me he cansado de dar lecciones de arrastrarme. Aunque me duela, y aunque me pese, creo que debo aprender a mirar el cielo y seguir confiando en que exiten personas que me harán vibrar tanto o más como tú conseguiste hacerlo hace ya tanto tiempo atrás. Porque a veces el tiempo no cura las emociones, las transforma. Pero no todo lo que se transforma lo hace a mejor, ni mucho menos aquella sensación volverá a ser la misma, nunca volveremos a disfrutar de ver Madrid bajo nuestros pies, mientras abrazados en aquella puesta de Sol, veíamos al mundo ser insignificante porque sólo importábamos nosotros.
"Recuerdo cuando te vi anoche en el 8, creo que nunca había visto a nadie brillar tanto entre tanta oscuridad".
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