Cuando tenía 17 años, sufrí el momento más difícil de toda mi vida. Desde aquel momento, me prometí a mí mismo que nunca volvería a tener esa sensación de estar tan sumamente hundido en el espacio. Aprendí a poner bloqueos a todo lo que sentía e intenté liberarme de todas aquellas personas que queriendo o sin querer podían conseguir hacerme sentir tan hundido como aquel momento.
Las personas, por mucho que nos duela somos de carne y hueso. Corazón y mente a veces juegan a batallas tan fuertes como las grandes constelaciones del espacio. En toda esa batalla, existe algo que nos lleva más lejos de lo que nosotros podemos creer. Mientras tanto, seguimos sumando ideas a nuestra cabeza, pasando largas noches de soledad y prometiéndonos que mañana todo habrá cambiado, que es hora de volver a empezar. Pero el hundimiento a veces hace que algunas cosas no puedan repararse. Todos los sabemos, por mucho que duela, existen cosas que están por encima de nuestras posibilidades y que no podemos llegar a reparar, están absolutamente rotas.
Desprenderse de todo aquello que está roto es una opción, pero también podemos seguir acumulándolo. Podemos seguir guardando los restos e intentar construir de ello recuerdos de todo aquello que fue, pero siempre tendremos la imagen viva de aquello que tan feliz nos hizo algún día. Es ahí donde, cuando aprendemos que estamos absolutamente desquebrajados, empezamos a sintentizar lo mejor de todos esos rotos, aprendemos a sacar partido de aquello que fue y no será y empezamos a construir un mañana, sabiendo que mañana no será un buen día, pero que por lo menos, tenemos la oportunidad de empezar algo nuevo, independientemente de si será mejor o peor. La vida, la dichosa y a veces tan injusta vida, nos da esa mínima oportunidad de crear cosas nuevas que puedan llegar a romperse. Parte de nuestra decisión buscar aquello que un día nos dolió tanto que nos bloquea, que nos hace estar lejos de querer crear, de estar años luz de lo que vivimos.
Y ahora, con 23 años empiezo a saber lo que es estar relajado en el hundimiento, en el fondo del espacio, con tranquilidad, ordenando todo eso que está por dentro, para poder volver a empezar. Y no será tan difícil, a pesar de todo, sigo estando vivo, siendo imaginando que he tenido cosas que hacer y que estoy a la espera de esa oportunidad. Esa gran oportunidad de seguir creyendo y estar convencido de que, por lo menos, algo estoy haciendo bien.
Aquí no voy a quedarme mucho más tiempo.
martes, 27 de octubre de 2015
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