Existe una delgada línea que diferencia las grandes cosas de las cosas insignificantes. A veces, cuando estamos viviendo los mejores momentos de nuestras vidas no somos conscientes de que lo único que debemos hacer es disfrutar. No sirve de nada preocuparnos por un futuro que no sabemos siquiera si vamos a llegar a vivir. Lo importante es quedarse y aceptar donde estamos, qué estamos haciendo y qué queremos vivir. Tener la sensación clara y decidida de que estamos haciendo lo que podemos y queremos hacer, sin castigarnos por no estar exactamente donde queremos, pero sí soñando y esforzándonos por avanzar un escalón.
Al final, lo importante, es poder estar sentado sin hacer nada con alguien que tampoco necesite hacer nada para sentir que el mundo está perfectamente equilibrado. Que ha llegado el final del día y estás con quién te gusta estar, independientemente que el resto del mundo esté frío fuera, lo importante es sentir que uno arde por dentro. Sentir ese calor y saber que las cosas se están haciendo bien, no pasa nada si no todo lo bien que nos gustaría, porque mientras siga existiendo el fuego, la ilusión y sobre todo, las ganas de seguir... Estaremos consiguiendo tener la vida más perfecta del mundo a pesar de todas las pérdidas y las lágrimas por las heridas, las noches de vacío sin saber donde nos dirigimos, las esperas de soledad y las conversaciones interiores donde todo es cuestionable... Mientras sigamos ardiendo, mientras existan esos cinco minutos al final del día de poder compartir esa fragilidad, sabremos que seguimos estando en esa delgada y difícil línea de lo importante, siendo consciente de que tenemos a personas importantes con las que poder vivir.
Y, quizás, eso es realmente lo importante.
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