jueves, 19 de mayo de 2016

La casualidad.

Cuando era pequeño, la gente siempre dudaba de todo lo que hacía. Recuerdo perfectamente que nadie tenía ni idea de lo que pasaba por mi mente, era absolutamente impredecible en todos los sentidos; no había nadie, excepto algunas personas curiosas que se paraban a escuchar lo que un pequeño microorganismo contaba. Quizás no contaba nada especial, de hecho nunca he sentido ser capaz de poder ser una de esas personas que habla y la gente escucha atento lo que tiene que contar, porque quizás mi manera de ver la vida de una manera extremadamente fantasiosa siempre ha hecho a la gente huir.

En ese momento, cuando me di cuenta de que necesitaba explicarme, empecé a bailar. Fueron largos años, empecé como cualquier personas que empieza a jugar con elementos nuevos que le hacen despertar su imaginación y poco a poco llegué a darme cuenta de que realmente estaba destinado a utilizar esa herramienta para contar, desde lo más profundo de mi alma, algo que cambiase el mundo. De una manera absolutamente y experimental fui aprendiendo como domar mi cuerpo para poder expresar sentimientos, para poder llegar a la gente y conseguir llegar a sus mentes y su corazón. Nunca fui de querer exaltar el aplauso, puesto que creo que hay cosas más importantes, y una de ella siempre fue conseguir hacer pensar a las personas, expresar lo que no es posible explicar con palabras.

Hace mucho tiempo escribí en uno de esos diarios, esos diarios que fueron fruto de mi incapacidad de contar lo que realmente quería contar a las personas, que quería ser una persona que cuando ya no estuviera aquí se me recordase no por quién fui, si no por lo que hice. Y tengo claro que quiero llegar a hacer algo tan grande como el mismísimo universo; algo tan propio, tan querido por mí mismo y tal sumamente personal que algún día pueda observar desde la lejanía y sentirlo extraño, ya que ha sido fruto de algo que jamás podría pensar haber vivido. Y ahora, a tan sólo un mes de vivir una experiencia lejos de este país, me siento como cuando era niño. Con los mismos miedos, la misma alegría y las mismas ganas de seguir descubriendo la magia donde últimamente no estaba; sí, así es, siempre creí que existe algo superior a nosotros, podemos llamarlo magia, esperanza o simplemente ilusión. Pero sí que puedo decir que he vuelto a querer empezar algo que creía que había abandonado, que tengo la necesidad y las ganas de coger todo esto y convertirlo en algo que algún día esté orgulloso de ver. 

Y sobre todo, estoy deseando volver a sentirme aquel niño que se ilusionaba pensando en todo lo bonito que podía llegar a bailar. Pero no sólo bailar, todo lo que tengo que aprender y transformar para poder llegar a crear ese algo que perdure en el tiempo, aunque sólo sea durante un tiempo y que me haga sentir pleno porque quién lo recuerde, aunque sea muy lejos de aquí, recordará que hubo una persona en este gran universo que le hizo sentir. Con eso y con las ganas que tengo de volver a mirar el mundo con esa perspectiva me quedo, de momento creo que vuelvo a sonreír.


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Amélie no tenia un hombre en su vida, lo habían intentado pero el resultado nunca había estado a la altura de sus expectativas. En cambio, cultiva el gusto por los pequeños placeres... Hundir la mano en un saco de legumbres, partir el caramelo quemado de la Crema Catalana con la cucharilla y hacer rebotar las piedras en el canal Saint Marthin.

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